sábado, 5 de mayo de 2007

HANS CHRISTIAN OSTRØ: entre el arte, la vida, la intolerancia y la muerte

A Hans Christian Ostrø, lo conocí en el otoño de 1994 en Oslo. Yo había llegado meses antes a vivír a Noruega, corriendo con la suerte de integrarme en poco tiempo a un grupo de teatro que formaba parte de un proyecto para actores desempleados, llamado Springbret (trampolín). Dentro de este grupo se podían encontrar desde personas que se iniciaban en el arte de actuar, hasta profesionales de la escena que (como en muchas partes) se encontraban desempleados, así como inmigrantes (Danilo Ivanovich y yo) que iniciabamos una andadura teatral en Escandinavia.

Uno de los compañeros de aquel grupo -ahora casi mi hermano-, Harald Kolaas, formaba parte a su vez del grupo Grusomhetens Teater (Teatro de la Crueldad), dirigido por Lars Øynø. Un grupo dedicado a la experimentación inspirada en las teorías de Antonin Artaud. Se habían reunido años atrás, teniendo una de sus apariciones públicas más brillantes durante el programa de actividades culturales organizado con motivo de los Juegos Olímpicos de Invierno, Lillehammer 1994. Varios de ellos llevaban un tiempo juntos en la búsqueda de una expresión propia, basada en la exploración del cuerpo y sus posibilidades expresivas con herramientas como la biomecánica y el llamado "teatro físico". Uno de esos jóvenes entusiastas y aguerridos era Hans Christian.

Aquel otoño, en el proyecto Springbret, también llamado Teater È, trabajabamos en una particular versión de Antígona, basada en una adaptación antigua del nynorsk (primer intento de lengua noruega con un carácter nacional). Para mí resultaba difícil, pero divertido a la vez, ya que no conseguía aún hablar el idioma coloquial (bokmål) y ya estaba actuando en nynorsk. Mis compañeros me ayudaron a comprender los contenidos del texto y creo que conseguí hacer mi parte como miembro del coro con bastante dignidad. Estrenamos en la Biblioteca Central, en la sala de conferencias, que tenía un estílo neoclásico bastante sobrio que contribuía en mucho a la propuesta de nuestra directora Bente Lavik. Una tarde, durante la representación, pude observar en las gradas a un par de jóvenes con grandes sombreros al estilo "sombrerero loco" de Alicia en el País de las Maravillas. Parecían divertirse, pero no de lo que acontecía en el escenario... sino del trabajo de los actores. Tiempo después, mi carnal Harald, me contó que sus amigos de Grusomhetens Teater habían asistido a la función. No se bien si uno de ellos era Trond Sørlundsengen, pero si estoy seguro de que el otro era Hans Christian. Había escuchado tanto de aquel mítico grupo, que no pude evitar preguntarle a Harald sobre la opinión que tenían sus estrambóticos amigos de nuestra actuación. Mi ego dió una voltereta cuando Harald afirmó que mi trabajo era el que a Hans le había resultado más simple y sin gracia. Para aligerar mi contarariado gesto, Harald añadió que en realidad no les había resultado atractivo el montaje en general, ni siquiera su propia interpretación de Creonte, pues consideraban poco novedosa la propuesta toda de la veterana Lavik. Durante un tiempo estuve sin muchas ganas de encontrar a los amigos de mi amigo, pues la espina aquella punzaba como un clavo ardiente en el centro de mi maltratado orgullo.

Poco después tuve la oportunidad de ver las cosas de una manera diferente. Una tarde oscura de invierno asistimos a casa de Hans Christian, pues convocaba a sus amigos más cercanos a ver "una película magnífica". Me sorprendió ser invitado, pues no entendía que aquel chico de la "crítica ácida" me considerara uno de sus amigos cercanos. Después entendí la gran amistad que les unía a Harald y a él, y que por consiguiente, los amigos de este eran los amigos de aquél. Mi sorpresa fue grande cuando descubrí que la "magnífica película" era ni más ni menos que Santa Sangre de Alejandro Jodorowsky, rodada en México. Hans Christian adoraba el filme, y reunía a varios de sus amigos de vez en cuando para volver a verla, ya que nunca dejaba de asombrarlos y conmocionarlos. En aquella época, no existían las descargas por internet ni la abundante industria pirata que hoy por hoy nos permite obtener las cosas más extrañas de una forma relativamente fácil. Creo que habían conseguido el casette VHS de un distribuidor muy especializado en películas exóticas y de culto, que la había traído de Inglaterra bajo pedido expreso de Hans Christian. El caso es que yo estaba ahí, pues estos "fans" de Jodorowsky esperaban que yo, como mexicano, aportara algunas claves para comprender ciertas partes de la película, que sin duda, para un noruego resultaban más que misteriosas. Menudo chasco se llevaron cuando mi única aportación consistió en reconocer algunos lugares y actores de la película. Y es que ¡cómo traducir a Jodorowsky con la cabeza!. Ellos se sentían irremediablemente encantados por la mágia visceral del filme, que puede ser tan universal como se quiera. Creo que el cine de este loco genial puede gustarte o no, pero nunca te dejará indiferente.

Con o sin película, el encuentro fué entrañable. Yo me sentía contento de haber sido aceptado en el círculo de estos jóvenes artístas que buscaban más allá de los limitados patrones estéticos del teatro de su país. Siempre estaban hablando de cosas interesantes y ambiciosas, críticas, irreverentes. Recuerdo que Hans Christian hablaba con pasión de la India y su cultura. En un gesto de generosidad, tan típico de él, nos dió una demostración de masaje oriental con los piés. Cada uno fué pasando, tumbado boca abajo a recibir el masaje que con esmero, paciencia y delicadeza nos entregó a cada uno mientras explicaba la técnica y los detalles energéticos de dicha acción sobre nuestros cuerpos. En un estado de alegría general partimos a seguir la reunión por los bares de la ciudad. Después he pensado que aquello le debe haber llenado de alegría, pues disfrutaba haciendo sentir bien a la gente que tenía cerca. La velada fué muy especial para mí, pues la tropilla de amigos se fué dispersando por aquí y por allá, quedando al final solamente Hans Christian, Harald, mi ex-esposa Karine y yo. Fuímos a recalar en un bar del barrio de Grønnland del cual no recuerdo el nombre, pero que como atracción más importante, contaba con aparatos telefónicos antiguos en cada mesa. Lo más gracioso era que se podían marcar los números de las otras mesas y establecer así charlas con los vecinos. Nos divertimos como enanos charlando de mesa a mesa y buscando las conexiones más alocadas en extremos distantes entre sí por todo el lugar. Esa noche pude aclarar mis dudas sobre mi trabajo en Antigone, tan rudamente criticado por Hans en meses anteriores. Me dijo que en realidad mi trabajo era el que le había resultado más atractivo, pero que le daba rabia sentir que Harald y yo desperdiciaramos talento y tiempo en proyectos que el consideraba pequeños. Me pidió que lo disculpara y me invitó a que trabajaramos juntos en cuanto fuese posible.

Esa noche nos contó que tenía pensado partir a la India, alentado por su amigo Tom Fjordefalk, para estudiar danza Kathakali. A su regreso deseaba invitar a un grupo de artistas escénicos para continuar desarrollando lo aprendido y explorar en conjunto nuevas formas de expresión para revitalizar el rancio teatro noruego. Por supuesto estabamos invitados. Una muestra más de su generosidad.

Pasaron los meses y fueron contadas las ocasiones que tuvimos para reencontranos, pero cada momento, por breve que fuera y por poco que yo logro recordar, debe haber sido gozoso, pues si sé que me resultaba admirable su forma de conducirse con los demás, ya que contaba con el don de irradiar su simpatía por todas partes. Seguramente, ahora que escribo, pesan más las charlas con Harald que los momentos reales en que compartí con Hans Christian, pero tengo la sensación de haberlo conocido profundamente en esos breves días en que pudímos charlar. Su mirada inquietante y su sonrisa un poco torcida que parecía insinuar que la vida es una gran broma nunca se borrarán de mi memoria.

Un caluroso día de julio del 95. Karine y yo volvíamos de un maravilloso viaje por la República Checa. Las vacaciones más agradables de mi vida, a pesar de que -irónicamente- marcaban el final de nuestra relación de pareja. Karine bajó al jardín trasero con nuestro gato Jens, que, harto del encierro, daba volteretas enloquecido en los prados exuberantemente reverdecidos después de un crudo invierno. Yo me disponía a deshecer la maleta en el salón, frente al televisor que daba las noticias del día. De pronto una cara familiar llenó la pantalla. Los mismos ojos centelleantes se miraban cansados, y aquella risa un poco torcida brindaba su última imágen conocida. En off se escuchaba la serena voz de Hans Christian desde un maltratado audiocasette: "...apelo especialmente a la oficina de turismo, porque todos allí me dijeron que este lugar era seguro. Un oficial incluso me dio su tarjeta y dijo que podría llamarlo si había un problema. Bien Sr. Naseer, ahora le estoy llamando ..."

Hans Christian había sido secuestrado por la guerrilla en Cahemira, India... Fué la última vez que escuché su voz.
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En la sección VIDEOS podrás encontrar imágenes sobre Hans Christian durante su último viaje en vida, emitidas por la televisión noruega (NRK) en 1996.

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