martes, 1 de septiembre de 2009

AMIGOS DEL UNIVERSO


Cuando era muy jóven, en la escuela secundaria, conocí -como a muchos nos sucede- a gente que nunca más volvería a ver. Algunos se escaparon hacia nuevas perspectivas en otros planos de realidad, como la silenciosa niña que un día dejó de ir a clases, para volver tiempo después sin una pierna. Su dolor callado y lento de adolescente mutilada la fue desvaneciendo... lentamente... hasta que por fín se nos escurrió entre los dedos, sin que ninguno de los más de cuarenta compañeros de clase pudieramos hacer nada.

Lo mismo pasó con otra amiga, que hace más de un año y medio, unos días antes de cumplir 40 años, simplemente, en silencio, sin aspavientos, sin agonías... se quebró como un cristal.

Pero hay otros, de los que uno no ha sabido nunca donde quedaron, a dónde fueron, quienes son ahora. Sin embargo han dejado un recuerdo imborrable en nuestro ser.
Es el caso de Ricardo Cerrillo, gran amigo de la secundaria, a quien debo -como a mi tío Pépe- en gran medida mi afición por "The Beatles". Ricardo fué la persona que me prestó uno a uno todos sus tesoros musicales en long play de 33 rpm. Después me prestó una guitarra, y con ella soñe en ser una estrella; aprendí los primeros acordes y me emocioné al escuchar las burdas notas que producía el instrumento en mis manos. Juntos cantamos, tarareamos, silbamos, berreamos y escuchamos hasta el cansancio las imborrables canciones de John, Paul, George y Ringo. Gracias a eso es que aprendí el inglés que hasta ahora más o menos puedo articular.

Pero rock and roll aparte, uno de los recuerdos más presentes en mi corazón, es Ricardo declamando, cada vez que se montaban los pequeños o grandes festivales y fiestas de la escuela. Declamando algo que me emocionaba profundamente, a pesar de la estructura aparentemente cursi o facilona que mostraba la superficie de su poesía.
Hoy, veintitrés años después comencé a recordar... poco a poco fueron viniendo a mi mente trozos dispersos de aquellas palabras que tanto me conmovieron y que comenzaban así:
"En un lejano planeta de un bizarro Sistema Solar, habita una extraña criatura que se llama a sí misma “homo sapiens”

Con emoción busqué a partir de esta primera frase en internet y encontré por fin la poesía completa. Se trata en realidad de una "canción-declamación" muy típica de los años 70. Fué descartada como ganadora en el festival OTI de México, pues no quedaba claro si era solo una canción, una poesía (con lo cual no tenía nada que hacer en el certámen), o ambas cosas.
El autor es Felipe Gil, muy conocido en México por sus triunfos en la voz de Gualberto Castro, que interpretó magníficamente dos de sus canciones:
"La Canción del Hombre" y "La Felicidad", temas con los que se alzó en dos ocasiones como vencedor absoluto en el mencionado certamen de la OTI.

Pues bien, ya recordaba yo que resultaba un poco "cursi" o "meloso" en cuanto a la forma del propio texto (se nota más en la propia interpretación por Felipe Gil y coros), sin embargo, vale la pena recordar el contexto, las modas y las formas que se usaban entonces. Quitandonos los prejuicios y escuchando con el corazón abierto, podemos descubrir lo maravilloso y lo esencial de la pequeña y hermosa declaración de principios que hace Gil en "Amigos del Universo"

Ahora te la comparto, en una versión de Arturo Benavides, quién fué gran declamador de lo popular y lo emotivo en México, también durante la década de los 70. Elegí ésta, por ser a mi parecer la que mejor retrata la esencia del tema, aunque aún esté impregnada de un dramatismo un pelín artificial.

Eso sí, creo que la mejor versión será siempre para mí la de aquel muchachíto bien plantado, que, sin música de fondo, con voz potente y una gota de sudor escurriendo por su sien se presentaba frente a la clase de adolescentes que en silencio y conmovidos escuchabamos.

¡Gracias por siempre Ricardo Cerrillo Espinoza!

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